Edición: Siruela, 2013 (trad. Cristina Peri Rossi; pról. Miguel Cossío Woodward)
Páginas: 145 de 504
ISBN: 9788415937036
Precio: 21,95 €
Los
relatos de Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920–Río de Janeiro, Brasil,
1977) constituyen una parte fundamental de su obra y demuestran, al igual que
sus novelas, por qué se la considera la gran renovadora de la literatura
brasileña (y mundial, junto con autores de la talla de James Joyce, Marcel Proust
y Virginia Woolf) del siglo XX. Lazos de
familia (1960), recopilado en este volumen de Cuentos reunidos, contiene los seis primeros que publicó (Algunos cuentos, 1952) más siete
adicionales. Aunque el estilo de estos trece textos todavía está lejos de la
deconstrucción que logró en sus últimas novelas, como Agua viva (1973), ya denota una fuerte
voluntad de experimentar y plantear los conflictos existenciales que desarrolló
a fondo más tarde.
Lazos de familia,
además de ser el título de un relato, funciona como una
declaración de intenciones: la familia, el hogar y lo cotidiano son los temas
elegidos para la mayoría de las piezas. No obstante, su estilo se aleja
bastante del de escritoras como Eudora Welty o Alice Munro —dos maestras del
relato sobre la vida común—, ya que la brasileña explora más las sensaciones,
las ramificaciones de la conciencia, y juega mucho con la forma. Si los cuentos
de Lispector se equipararan a la experiencia de ver una película, serían algo
así como pulsar el pause en medio de
una secuencia; detenerse en un instante de la acción para estirarlo y profundizar
en aquello que se desvela más con una mirada que con un movimiento. Este
registro recuerda bastante a Virginia Woolf en obras como La señora Dalloway, por su rechazo de la construcción lineal
convencional a favor de plasmar con mayor fidelidad el discurrir de la mente,
una introspección que comprende un poco de todo (percepciones, emociones,
pensamientos) por la naturaleza compleja y un tanto caótica del ser humano.
En
los relatos destaca el papel de la mujer, casi siempre casada y con hijos.
Lejos del sentimentalismo, de la mirada amable, Lispector retrata a la mujer
inquieta, la mujer con un runrún interior, una dimensión existencialista que va
mucho más allá del rol tradicional de la madre abnegada y la esposa atenta. En
el soberbio «Amor», una mujer cargada con las bolsas de la compra se cruza con
alguien inesperado y a partir de ahí va al Jardín Botánico, donde experimenta
una especie de epifanía, una revelación íntima acerca de la fragilidad de la existencia,
de una existencia que creía ordenada, y que modifica su actitud al regresar a
casa aunque los suyos no lo noten. Estos clímax son muy frecuentes en la obra
de Lispector y, de hecho, en este mismo cuento se detectan ecos de lo que
después sería La pasión según G. H.
(1964), considerada su obra maestra, por la transformación progresiva de la
protagonista como consecuencia de un hecho en apariencia intrascendente.

Esta
búsqueda del lado «oculto» de la personalidad se aplica igualmente a los
personajes masculinos y, por lo tanto, se debe entender como una concepción de
la naturaleza humana en general, no únicamente como una reivindicación
de género. Sucede lo mismo con las edades de los personajes (desde muchachos a
ancianos) y su etnia (aunque casi todos son brasileños), puesto que en todos se despliega
esa inquietud. En «Feliz cumpleaños», por ejemplo, una familia se reúne para
celebrar el cumpleaños de una anciana. La autora plasma la incomodad de algunos
invitados ante la decadencia de la protagonista, ese no saber qué decir, y, sin
embargo, cómo la mente de la señora es, a su modo, más cuerda y activa de lo
que los de su alrededor creen.
La
habilidad de Lispector para retratar con delicadeza el desasosiego de los
personajes adolescentes se evidencia en «Preciosidad», que narra el camino al
colegio de una chica y su malestar por cruzarse con unos hombres indeseables;
en «Misterio en São Cristóvão», cuando tres jóvenes se cuelan en una casa para coger unas
flores y asustan a una muchacha (este cuento, además, evoca lo impuro del
Carnaval porque los personajes van disfrazados); y en «Comienzos de una fortuna»,
sobre un chico que quiere conseguir dinero para invitar a una amiga al cine, pero se enfrenta
a la negativa de sus padres. Situaciones cotidianas, contadas con tensión,
ironía o dulzura, según el momento, pero siempre impregnadas de la mirada
penetrante de la autora.
Aunque en general se centra en el universo familiar, hay algunos cuentos
que muestran su versatilidad, tanto temática como formal. En «La cena» juega
con el narrador testigo: un hombre come en un restaurante mientras analiza a
otro comensal, el verdadero protagonista, y trata de adivinar aquello que lo
atormenta. «El crimen del profesor de matemáticas» da una vuelta de tuerca a la
relación entre amo y mascota, ya que deja entrever que el perro posee asimismo
al hombre y que este puede expresarle su amor de muchas maneras. En el simpático
«La mujer más pequeña del mundo», de tintes antropológicos, un explorador
francés descubre a una menudísima mujer africana y, cuando aparecen sus
fotografías en la prensa, los occidentales reaccionan con su habitual compasión
y la consideran algo exótico. Sin embargo, Lispector acentúa el ambiente de la
sociedad de la mujer menuda, el instinto que se ha perdido en aquello llamado
civilización, y con ello anula cualquier compasión por ella. En su novela Agua viva, en la que intenta captar el
instante de lo vivo, desarrolla más esta atracción por lo genuino de la
naturaleza, una de las claves de su producción literaria.
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Clarice Lispector |
En
suma, tal como dice Miguel Cossío Woodward en el magnífico prólogo de esta
edición, «En todo cuanto escribió está la misma angustia existencial, similar
búsqueda de la identidad femenina y, más adentro, de su condición de ser humano».
Estos cuentos son una manera inmejorable de iniciarse en la lectura de
Lispector, porque condensan sus puntos fundamentales sin resultar difíciles en
exceso para el lector no avezado (cosa que sí puede ocurrir con sus últimas
novelas, tan alejadas de la estructura clásica que pueden parecer extrañas, complicadas) y, por supuesto, porque son una obra maestra del género breve.
Clarice Lispector es una de mis autoras pendientes (así, en general), tengo varios libros suyos y nunca sé por cuál empezar. Este verano cogí Aprendizaje o el libro de los placeres, lo abrí y lo volví a cerrar. No por nada, sé que me va a gustar porque sé qué me gusta encontrar en los libros, pero con 40º de calor, y cerca de 30º alguna noche mi concentración lectora anda algo resentida, creo que Lispector se merece atención .... yo me la merezco si quiero disfrutarla.
ResponderEliminarMe ha gustado esa imagen del pause en una película como simil de la experiencia lectora con Lispector.
Buena reseña. Saludos
Yo te animo a empezar por los relatos: son espléndidos, obra de una gran maestra del género, y de entrada no resultan tan difíciles de leer como alguna novela (lo que no quiere decir que sean sencillos; esto es literatura de alto nivel).
EliminarNo conocía a esta escritora. Al compararla con Proust o Joyce me has despertado la curiosidad. Buscaré en el triángulo de las Bermudas (sala de lectura materna) a ver si hay suerte y encuentro alguno de estos relatos. Si no, recurriré a Fnac ;D. Abrazos.
ResponderEliminarNo te la pierdas. Sonará exagerado, pero creo que no tiene nada que envidiar a Virginia Woolf como una de las grandes escritoras del siglo XX. Es buenísima, y Siruela ha publicado toda o casi toda su obra, así que no tendrás problemas para encontrarla en las librerías.
EliminarNo conocía a esta escritora, y no sé a qué espero. Al menos, me ha encantado la idea de estos relatos basados en "pequeños momentos trascendentales de la vida cotidiana".
ResponderEliminarBesos.
Yo tampoco había leído nada de ella hace un año, pero en menos de diez meses ya he leído tres libros suyos y tengo varios en espera. Esto da una idea bastante precisa de lo que opino de su obra :).
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