Edición:
Comba, 2015 (edición, prólogo y notas de Ana Rodríguez Fischer)
Páginas:
333
ISBN:
9788494252259
Precio:
16,95 €
De mar a mar,
publicado por primera vez en 1998, reúne la correspondencia entre dos figuras de las letras españolas del
siglo XX, pertenecientes a generaciones y corrientes diferentes. Por un
lado, Rosa Chacel (Valladolid, 1898 – Madrid, 1994), escritora de la generación
del 27, exiliada en Sudamérica a raíz de la guerra civil, no regresó hasta los
años setenta y solo logró ser reconocida en España en su vejez. Entre su
producción, que comprende novela, ensayo, diarios, relatos y poesía, destacan obras
como La sinrazón (1960) o Barrio de Maravillas (1976), además de
traducciones del francés de autores como Albert Camus y Jean Racine. En segundo
lugar, Ana María Moix (Barcelona, 1947-2014) sobresalió desde muy joven tanto
en poesía como en narrativa, estuvo ligada al movimiento estudiantil durante el
franquismo y dedicó gran parte de su carrera a la edición literaria en diversos
sellos. Algunos de sus títulos son A
imagen y semejanza (1983), su poesía completa, Julia (1970), su primera novela, y Vals negro (1994), una biografía novelada de la emperatriz Elizabeth
(Sissi) de Austria. También tradujo a autores como Marguerite Duras, Françoise
Sagan y Samuel Beckett.
Invento mi historia, sobre la que creé hace tiempo y sobre la que es; al mismo tiempo lloro sobre ella, esto le pone un tono de segunda historia —tal vez sea la primera—. Pienso que la Historia oculta infinidades de historias tras su hache mayúscula, y en esto está la razón de que se escriba con hache grande y no pequeña. (Moix, p. 92)
Este
libro compila sesenta y siete cartas escritas entre 1965 y 1967, salvo alguna
posterior, más esporádica. Por aquel entonces, ambas se hallaban en puntos
muy distintos de su carrera. Moix era una estudiante de dieciocho años, procedente
de la burguesía catalana, que acababa de empezar la universidad y aún no había debutado
en el mundo literario, aunque ya escribía y contaba con un bagaje cultural
extraordinario para su edad. Fue ella la que, tras descubrir, casi por
casualidad, la novela Teresa de
Chacel, decidió enviarle una carta, rebosante de admiración por aquella autora
de la que apenas se sabía nada en España. Chacel, por su parte, pasaba de los
sesenta y se encontraba en el exilio, en Río de Janeiro, junto a su marido. Una
mujer muy culta, a pesar de no haber tenido una educación como la de Moix,
cosmopolita y con carácter, que mantenía una relación difícil con España: aunque
había publicado obras de entidad, aún era poco apreciada en su país (en las
cartas se refiere, de hecho, a las dificultades para publicar sus memorias, Desde el amanecer). Las dos encarnan, respectivamente,
a la discípula sedienta de conocimiento
y la maestra con mucho que decir.
Usted —ustedes— es —o son— una tierra recién arada, abonada y sembrada, y yo estoy asomada al seto, esperando a ver lo que nace. Ver lo que nace es el mayor placer de mi vida; ver si nace algo y cómo nace es la única visión —no quiero decir espectáculo— que despierta mi expectación. De modo que, cuando se acuerde usted de mí, imagíneme siempre al acecho. (Chacel, pp. 61-62)
Estas
cartas abarcan muchos (y ricos) relatos. El más evidente, la
historia de una amistad: del comienzo tímido (como apunta Ana Rodríguez
Fischer, Moix usa mucho los paréntesis aclaratorios en sus primeras cartas), de
modales un tanto encorsetados, al aumento progresivo de la confianza, no en vano la
compilación termina cuando están a punto de conocerse en persona. Es, también, un diálogo intergeneracional entre dos
de las mentes más lúcidas y cultivadas que ha dado la literatura española.
Chacel tiene la experiencia de su parte, pero las aportaciones de Moix no
desmerecen, entre otras cosas porque inducen a su interlocutora a seguir
cavilando, a seguir reflexionando incluso cuando se siente desmotivada por su
situación; la correspondencia con la juventud barcelonesa (entre la que se
encontraba asimismo Pere Gimferrer) le dio un soplo de vida a la escritora
exiliada, que veía en ellos una nueva esperanza, para España y para la
literatura, pero también para sí misma, para que se entendiera por fin su obra.
Y no solo departen sobre literatura: sus intercambios ahondan en su perspectiva
de la familia y la sociedad, además de aficiones compartidas como
el arte o el cine.
Yo no estudié jamás, yo leí poquísimo e intermitentemente; largas temporadas ni una línea. Yo no he hecho con empeño más que vivir, y no muy sensatamente, aunque sí muy conscientemente. (Chacel, p. 143)
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Rosa Chacel |
En
lo que respecta a Chacel, sus cartas son, como señala Ana Rodríguez Fischer, un
trabajo intelectual de altura, lecciones
magistrales de literatura, oficio y vida (porque pone la vida en lo que
escribe, concibe de forma particular lo que llama «sentimiento de vida») divididas
en pequeñas dosis. Se nota que no respondía a Moix por mera cortesía, sino que
se tomaba la redacción de cartas como una parte más de su profesión, no decía
nada en vano, se pensaba mucho y muy bien qué contar y qué preguntar. Escribía
cartas largas, precisas, meditadas, como se nota en el uso de la cursiva o las
rayas. Detrás de sus palabras se percibe a una mujer muy vital, firme,
disciplinada y crítica consigo misma (como demuestra al quitar importancia a
sus primeras publicaciones, o con su obsesión por añadirles un prólogo que las contextualice
en su trayectoria), con un punto de marisabidilla. En su forma de estar en el mundo resulta ineludible el
hecho de haberse formado de manera autodidacta, ya que dejó el colegio a los
nueve años (a propósito, sus opiniones sobre la infancia y el hecho de ser niño
son realmente interesantes: rechaza el atolondramiento al que conduce la nueva
educación, en contraste con la crudeza de su tiempo. Además, considera que todo
lo que se puede saber de una persona está en su infancia, en la que ahonda una
y otra vez en su obra). Pese a acercarse a los setenta, su sed de conocimiento
se mantiene insaciable, así como sus proyectos literarios y ensayísticos, en
los que avanza despacio, aunque, como ella dice, nunca deja de trabajar en
ellos con la mente. Su momento de debilidad le llega con los retrasos para
publicar Desde el amanecer, que la deprimen.
Las dos caras de la moneda: la ilusión por los retos y la decepción cuando no
se reciben como deberían (y no por falta de calidad, evidentemente). En suma: una personalidad única, segura de sí
misma, pero sin pedantería ni autocomplacencia.
No quiero dejar de recordarte que en tu penúltima carta me prometes contarme más cosas de tu mundo familiar. Me interesan en extremo porque sé que de eso es de lo que estamos hechos; de esos hilos estamos tejidos. Pero ellos son los hilos, y el tejido somos nosotros. Quiero decir que el yo, el uno mismo, es la combinación que hacemos con lo que nos fue dado. Y estoy segura de que aunque hayas tenido que manejar muchos bolillos de frustraciones, tu encaje personal [puede] ser de una trama neta y resistente. (Chacel, p. 282)
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Ana María Moix |
En
cuanto a Moix, sus cartas son el
testimonio de una generación universitaria en la convulsa Barcelona franquista,
con el valor añadido de narrar esa agitación cuando las
tensiones se estaban produciendo y todavía no podían analizarse desde la
distancia. Moix lleva la losa de pertenecer a la burguesía catalana
de posguerra, lo que le garantiza unos privilegios pero también un estigma
incómodo para sus aspiraciones bohemias. Aunque en la correspondencia se han
eliminado fragmentos relativos a su familia, se intuye cierta incomprensión por
parte de sus allegados, cierto malestar, que deriva en decaimiento y problemas
de salud. Su tendencia a romperse
contrasta con la garra de Chacel, y de hecho esta le hace notar que se está
escribiendo con una persona totalmente diferente a ella, una persona que quizá
no le gustaría. En lo relativo a la creación literaria, Moix manifiesta la
inevitable inseguridad de la principiante, si bien afronta los proyectos con mucha
madurez, consciente de su estilo y de lo que quiere escribir. Es una chica
inteligente y muy leída (debo decir, y no sin vergüenza, que infinitamente mejor
preparada que los jóvenes de dieciocho años de generaciones posteriores…), pero
sin engreimiento. Ella representa esa fascinación juvenil al descubrir a un escritor
con el que uno conecta, ese entusiasmo, esa revelación, pues eso le ocurre con
Chacel: encuentra un «camino», una escuela, en su obra (antes le había pasado
con Ana María Matute, a quien dedica numerosos elogios… que chocan con la
opinión de Chacel). Aunque se pueda pensar que sus cartas tienen menos
interés porque aún no había publicado (aún no era escritora «oficial»),
me parecen relevantes precisamente por reflejar aquello que pocas veces se
tiene documentado: los principios, con todas sus dudas y ambiciones. Muchos
escritores los recuerdan a posteriori,
pero no es lo mismo que contarlos con la inmediatez del ahora. Por último, sus
comentarios sobre la situación del mercado editorial llaman la atención por lo
poco que han cambiado algunas cosas desde entonces, como su crítica del éxito
de las novelas comerciales cortadas por el mismo patrón, en detrimento de los
autores que arriesgan, como la propia Chacel.
A mí toda esa gente que «hace cosas» me pone triste, me da por verles a todos dentro de unos años, y triunfadores o fracasados, me parece que estarán mucho peor. Y yo misma también, porque ahora no soy nada, y estoy a tiempo de serlo todo, y dentro de unos años ya seré algo, bueno o malo, lo que quería o no, y algo es sólo una parte de todo; y es poco. (Moix, p. 224)
Es
imposible no cerrar este libro absolutamente cautivado por ambas autoras. Las
cartas, y el material autobiográfico en general, es donde se puede conocer
mejor a la persona que hay detrás de un escritor, no solo por lo que cuenta de
su vida, sino, y sobre todo, porque el lector sigue sus pensamientos, dudas e
inquietudes a lo largo de un periodo de tiempo: puede examinar su evolución,
sus miedos, sus obsesiones, los detalles que le han preocupado en algún momento. Incluso
las omisiones dan información acerca de lo que quisieron guardarse para sí
mismas. En fin, leerlas es un poco como estar con ellas, como pasar una
temporada juntas, y menuda temporada: enriquecimiento
puro. Es una lectura que recomiendo encarecidamente a cualquier persona que
quiera escribir, o a cualquier persona interesada y/o vinculada de algún modo
al mundo literario (con lápiz en la mano: las citas que he intercalado en este
comentario solo son una pequeña parte de todo lo que he apuntado). Ahora quiero
leer la obra de ambas: con Chacel lo podré hacer, ya que editoriales como Comba
y Lumen han reeditado sus títulos más importantes (Memorias de Leticia Valle, La
sinrazón, Barrio de Maravillas, Desde el amanecer). De Moix, sin
embargo, solo se puede adquirir la crónica 24
horas con la gauche divine, reeditada a su muerte, y la recopilación de
artículos Semblanzas e impertinencias;
todo lo demás, descatalogado. Los años pasan, los jóvenes dejan de serlo, llegan
otros que los sustituyen, pero el pesimismo, pese a todo, permanece.
No he leído nada de las autoras, aunque llevan tiempo ambas en mi lista de pendientes. Y de Moix hasta tengo algo esperando en mi estantería desde hace tiempo. Pero pinta bastante bien este libro. No me importaría estrenarme con él.
ResponderEliminarBesotes!!!
Son dos grandes olvidadas. Ojalá los rescates de Chacel ayuden a que se la lea de nuevo. Y ojalá también recuperen la obra de Moix.
EliminarVaya libro más interesante que nos traes. Yo tampoco he leído nada de ninguna de las dos. Me lo apunto. Gracias!
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