Edición:
Satori, 2017 (trad. Hiroko Hamada y Virginia Meza)
Páginas:
320
ISBN:
9788494578144
Precio:
21,00 €
No
todos los días se tiene la oportunidad de leer a una escritora japonesa (nótese
el femenino) del siglo XIX. No, no es habitual, y no lo es porque ni hubo
muchas ni se les ha prestado la debida atención (al menos, fuera de sus fronteras). En estas
circunstancias, la recuperación de Ichiyō Higuchi (Tokio, 1872-1896), una de las primeras autoras modernas de Japón,
supone un hallazgo encomiable. Escribió en el siglo XIX tardío, una era en la que la sociedad oscilaba entre una progresiva occidentalización, que incluía el hecho
de otorgar roles más relevantes a las mujeres, y la rigidez de
las tradiciones. Pero no solo era particular por ser una mujer que escribía (que
entonces ya era mucho): Higuchi, además, procedía de una familia
humilde, no era la típica joven de educación exquisita que cultiva la
literatura por afición. El padre, maestro, murió cuando ella tenía diecisiete
años, y le tocó hacerse cargo de los suyos. Escribía relatos para ganarse el
sustento, aunque los compaginaba con trabajos modestos, de vendedora y
costurera; la escritura no bastaba. Con el tiempo, fue elogiada por autores importantes, pero su temprana muerte de tuberculosis a los
veinticuatro años frenó su carrera.
Cerezos en la oscuridad
comprende cinco relatos, redactados entre 1892 y 1896, que se han
considerado representativos de su producción. La mayoría ya habían sido
publicados antes en castellano, tal como explica Carlos Rubio en su exhaustiva
introducción, pero esta nueva edición ha sido ampliada y revisada para acercar la
obra de Higuchi en las mejores condiciones posibles al lector actual. En
general, la autora escribe sobre lo que conoce de primera mano, esto es, la precariedad,
las tensiones de clase y las costumbres opresivas (como el sentido estricto del
matrimonio y la familia como institución, un tanto diferente a Occidente), en concreto para las mujeres y los más
desfavorecidos en diversas zonas de Tokio, su ciudad. Para ello, emplea un
estilo cercano al habla oral, con diálogos vivaces y coloquiales, aunque no por
ello exento de lirismo. Plantea una crítica social sutil, a través de las
tensiones que se adivinan en la cotidianeidad; palabras suaves para situaciones
duras.
Los
textos se presentan en orden cronológico, lo que permite observar la evolución
de la autora: del cuento inicial, «Cerezos en la oscuridad», breve, intimista y
poético, a relatos más extensos y de mayor alcance, que cruzan varios hilos narrativos
y desarrollan más las escenas. Ese primer cuento, a propósito, narra los
sentimientos de una chica enamorada, el sufrimiento por amor con el que muchas
jóvenes se podían sentir identificadas; un retrato de interiores, interesante
por su mirada juvenil, si bien con un lirismo algo torpe que se pule en los
siguientes escritos. El segundo relato, «Día de Año Viejo», aborda el malestar
de una joven criada cuando debe pedir un avance de su sueldo para ayudar a un tío
enfermo. De forma paralela, el hijo de la familia para la que trabaja, un
muchacho malcriado al que quieren desheredar, hace de las suyas. Este es un
ejemplo perfecto de las preocupaciones de Higuchi: la diferencia de clases, la asunción del rol sumiso por parte de la
criada, las tensiones dentro de la familia rica. Además, está muy bien
resuelto (un giro final brillante).
«Aguas
cenagosas» está protagonizado por una prostituta, una mujer que en el pasado
tenía grandes sueños, pero con el tiempo se ha resignado, como sus compañeras.
Ahora conoce a un cliente especial, un hombre soltero y bien posicionado, con
quien quizá podría tener una nueva oportunidad; sin embargo, Higuchi no es una
escritora amable y esto no es el cuento de Cenicienta, sino la cruda (y
violenta) realidad. En el cuarto relato, «Noche de plenilunio», volvemos a
encontrar a una chica humilde, esta vez una mujer que ascendió de clase gracias
a su matrimonio con un hombre adinerado. No obstante, no es feliz. Quiere
divorciarse, pero, según las normas sociales, eso la apartaría para siempre
de su hijo. Pide ayuda a sus padres, que la presionan para
que continúe con su esposo. En el otro extremo está su antiguo amor, un hombre
también desdichado, en su caso por la escasez de recursos. Dos estatus
sociales, misma insatisfacción; la autora denuncia con perspicacia el modo en
el que las familias y su sentido del
deber constriñen los verdaderos deseos individuales. De fondo, resuena la
eterna pregunta acerca de lo que podría haber pasado entre ellos.
«Encrucijada»,
por otra parte, narra la amistad entre una joven costurera y un niño que
trabaja en una tienda de paraguas. Los dos son personajes marginados, desgraciados (dignos de Charles Dickens), pero
que, en su pobreza, están unidos ante la adversidad. Cuando ella decide mejorar
su posición, de la única forma que podían hacerlo entonces las mujeres, el
muchacho reacciona con desprecio. Es un relato en el que se comprende tanto la
desesperación de ella como el abatimiento de él al ser testigo impotente de la
marcha de su amiga; una vez más, las fuerzas de producción se imponen a los
anhelos personales. Por último, «Dejando atrás la infancia», el más extenso, que
casi podría ser el embrión de una novela, recrea, alternando capítulos sobre
diversos personajes, el ambiente de un grupo de adolescentes. Por un lado, los
enfrentamientos entre bandas callejeras, los niños ricos y los niños pobres, la
extraña alianza entre un chico estudioso y el macarra de turno. Por el otro, la
chica: la hermana de una concubina de alto nivel, que podría seguir el mismo
camino que ella, o no. En medio, los enamoramientos silenciosos de la edad. Y,
al final, la inevitable bofetada. El aprendizaje que los convierte
en adultos. Ese desenlace que, más que un desenlace como tal, es una
interrupción de la acción, una pausa, rasgo típico de la narrativa japonesa.
![]() |
Ichiyo Higuchi |
No
hace falta ser un experto en literatura nipona para disfrutar de Cerezos en la oscuridad. La mirada de
Higuchi, lo que se suele llamar «sensibilidad literaria», no está tan lejos de
sus coetáneas occidentales: en sus cuentos destacan la atención al ámbito doméstico, los
asuntos de la intimidad de las mujeres, la conciencia de clase y las desigualdades sociales,
así como temas atemporales como la
infancia, el amor o la familia, narrados con elegancia y un estilo notable
para una escritora tan joven. En lo que sí se distingue es en las características
propias de la cultura autóctona, que le añaden un valor testimonial por cuanto
nos revelan de las tensiones latentes en el Japón del fin de siglo. El libro,
por lo demás, lleva bien el paso del tiempo, aún tiene cosas que aportar al
lector de hoy, sobre todo al lector interesado en la perspectiva de género. Una
buena obra, en definitiva.
El libro no lo he leido, pero me ha encantado tu critica. Seria, personal y muy bien elaborada. Se nota que disfrutas de la literatura,y al mismo tiempo te distingues de otros blogs presuntamente literarios. Para terminar, animarte a que sigas por esta senda.
ResponderEliminarMuchas gracias. Eso espero, seguir así :).
EliminarPues no lo conocía. Me descubres autora y desde luego me dejas con muchas ganas de disfrutar de esta novela.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es muy desconocida: japonesa, del XIX, y además murió joven... No es lo que se dice "fácil de promocionar", pero merece la pena, desde luego.
Eliminar¡Qué alegría! Después de todo un mes de literatura italiana te paseas ahora por la japonesa, otra de mis (nuevas) favoritas. Tenía ganas de leer este libro y ahora seguro que lo haré, gracias!
ResponderEliminarMe alegra que te guste este mini-recorrido. Yo no soy especialmente aficionada a la literatura japonesa, pero estoy descubriendo a autores interesantes.
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