Edición:
Lumen, 2017
Páginas:
392
ISBN:
9788426404060
Precio:
21,90 € (e-book: 9,99 €)
Nadie sabe con certeza
lo que en verdad atañe a otras personas. Eso sí que es un misterio. Pero las
confidencias de años, la historia compartida, se convierten en una complicada
red en la que quedan atrapadas nuestras vidas. […] ¿Se han fijado ustedes en lo
que pasa cuando se rompe un espejo? No cuando se hace añicos, sino cuando se
parte, y las secciones quebradas no caen al suelo sino que se quedan adheridas
al marco, astilladas, rajadas, con alguna esquirla y algún hueco… Si nos
miramos en él, esos fragmentos de azogue reflejan nuestra imagen, es cierto,
pero los planos nunca coinciden del todo, siempre se desplazan unos milímetros
y nos desfiguran como si lo verdaderamente dañado fuera nuestro cuerpo.
Teresa
Mendieta, una mujer de mediana edad, acaba de cerrar, quizá de forma definitiva, su
caserón familiar de la Costa Brava que hasta ahora funcionaba como hotel.
Corren los años de la crisis, que para Teresa va más allá de lo económico: tras
despedirse de sus empleados, se queda sola ante un futuro lleno de
incertidumbre: «Solo era una mujer inestable que tenía un hotel. Y quizá ni
eso. Lo sólido, ¿dónde estaba?» (p. 90). No le faltan amantes que con gusto se
convertirían en compañeros, ni amigos leales que están a su lado, pero ella
siempre ha sido independiente, siempre ha mantenido una barrera difícil de cruzar.
Sin embargo, en estos momentos la soledad le trae una compañía amarga: los
recuerdos. De su infancia, junto a una madre de costumbres bohemias, o de su descubrimiento
del amor, con heridas aún sin cicatrizar. Recuerdos, sí, y una visita, una visita inesperada de las que lo
revuelven todo. Así comienza el viaje (interior y exterior) de la protagonista
de Cuando aparecen los hombres
(2017), la nueva novela de Marian Izaguirre (Bilbao, 1951), que vuelve con
fuerza después del éxito de La vida cuando era nuestra (2013) y Los pasos que nos separan (2014).
Los
libros de Marian Izaguirre nunca tienen un solo hilo: suele entrelazar dos tramas, que abarcan diferentes épocas y lugares. Esta novela, poblada por
personajes vascos, catalanes, franceses e ingleses que se desplazan de una punta
a otra de los Pirineos, no es una excepción: Teresa guarda las cartas de una antepasada, Elizabeth Babel, una británica que vivió
en esa misma casa a principios del siglo XX. La narración alterna las
peripecias de Teresa con las cartas, que no son misivas al uso
porque Elizabeth era muda y se escribía a sí misma («No oigo, pero sí veo.
Aunque a veces más valdría no ver», p. 27). Más que cartas, son diarios,
aunque, como ella misma medita, solo escribe cuando tiene algo importante que
contar («A veces pienso que solo escribo estas cartas cuando ocurre una
desgracia. No sé por qué, pero los seres humanos nos hemos acostumbrado a medir
la vida con la vara de la tragedia», p. 252). Elizabeth llegó a Catalunya muy
joven, perdió a su padre y se trasladó al caserón cuando su madre contrajo
segundas nupcias. A pesar de la desdicha, su padrastro y la cocinera se
convirtieron en apoyos incondicionales para ella.
Con
Elizabeth, la autora da voz a un personaje marginado, con problemas de
comunicación a los que se añade la adaptación a otro país y a otra familia; a
priori, una chica muy distinta a esa Teresa de aspecto elegante y resolutivo.
No obstante, tienen más en común de lo que cabría esperar, y en ese paralelismo
reside una de las claves de la novela. Paralelismo en los hechos, pero sobre todo
en los sentimientos, atemporales. Por mucho que cambien los trajes de baño o la
forma de cocinar, los miedos, el amor y la búsqueda identitaria resisten al paso del
tiempo. Esta mención a los trajes de baño y la cocina no es casual: algunos capítulos
trascendentales se desarrollan junto al mar y, en cuanto a lo segundo, tanto
Elizabeth como Teresa se refugian entre fogones, lo que sirve a la autora para recordar
algunos platos típicos de la zona y rendir homenaje al placer de las comidas en
compañía («una buena comida hace feliz a
la gente. […] Todo el mundo está alegre alrededor de una buena mesa, todos se
levantan satisfechos de ella, ríen, cuentan chistes, se relajan», p. 81). Volviendo
a las protagonistas, mientras que en títulos como El león dormido o La vida cuando era nuestra se planteaba una relación intergeneracional, aquí las dos
mujeres no llegan a conocerse: Teresa lee a
Elizabeth buscándose a sí misma; proyectarse en el otro como una forma
de construir su identidad.
El
título da una pista de lo que les ocurre a ambas: tanto Teresa como Elizabeth
quedan marcadas en su despertar sexual,
que condensa la ternura juvenil con la perversión («El amor. Cuando aparecen los hombres… La frase podía ser una
promesa o una maldición», p. 117). En gran medida, el misterio gira alrededor
de sus respectivos puntos de inflexión adolescentes, pero sería incompleto afirmar
que esos primeros amores son los únicos hombres que influyen en ellas. Para
Elizabeth, el padre y luego el padrastro encarnan figuras de protección
fundamentales, y no solo de protección: la ayudan a creer en sí misma, la
espolean para que no deje que su discapacidad le cierre puertas. En cuanto a
Teresa, su profesor de esgrima (afición que comparte con Elizabeth: una
práctica un tanto sorprendente en las chicas, que refuerza todavía más su
emancipación, su rechazo de los estándares) ejerce un rol entre el afecto
paternal porque la conoce desde niña y la atracción instintiva entre dos personas
acostumbradas al contacto físico. La visita inesperada es asimismo masculina.
En suma: a pesar de apostar por las protagonistas femeninas, la autora no solo
no descuida la caracterización del género opuesto, sino que analiza los cambios
que se producen en las mujeres cuando entran en contacto con ellos, en
diferentes etapas de su madurez y en diferentes grados de afectividad.
Este
planteamiento, esta ambición, resulta, sin duda, interesante. También lo es la peculiar
estructura narrativa: no solo alterna las partes de Elizabeth y de Teresa, sino
que, en el caso de la segunda (y sobre todo en la segunda mitad, después de un
determinado giro que justifica el cambio de técnica), la narración está
planteada como un juego de múltiples
voces en el que diversos narradores reconstruyen la historia de Teresa a
partir de lo que conocen de ella. Con el profesor de esgrima a la cabeza, hablan
personajes como una antigua empleada del hotel o un matrimonio de ancianos que conoce
a Teresa desde que era pequeña. Marian Izaguirre no desaprovecha la oportunidad
para reflexionar sobre la naturaleza de este punto de vista, un punto de vista
limitado a la hora de conocer la verdad objetiva de Teresa, pero atractivo por
sus sugestiones, por esa constante sensación de estar viendo al personaje a
través de los ojos de los demás, con un matiz de duda, de inseguridad. Con esto
se traza un paralelismo con la mudez de su antepasada: Teresa no es muda, pero calla,
se esconde, y su yo literario podría firmar esta frase de Elizabeth: «A veces pienso que vivo a
través de los otros, de sus vidas lejanas e incomprensibles. Pero no les dejo.
Nunca les dejo del todo» (p. 250). Los otros… básicos en el fondo y en
la forma de esta historia.
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Marian Izaguirre |
No
obstante su sencillez aparente (la prosa fluida y delicada de la autora es de
las que hacen que parezca fácil escribir), Cuando
aparecen los hombres tiene muchos matices, muchos guiños en los que se
nota el esfuerzo para enlazar las historias. Sobresale la construcción de los personajes, en concreto las protagonistas: rompe la discapacidad de una y la frialdad de
la otra para mostrar su lado más íntimo, su soledad, sus deseos silenciados por
la vida. Es, además, muy eficaz en las descripciones, con un par de frases
proporciona una imagen precisa de cada uno. Con respecto a sus dos últimas
obras, tal vez adolece de un exceso de dramatismo en los acontecimientos de
juventud, así como de secundarios con tramas que a la larga carecen
de relevancia (como el matrimonio anciano: quizá no era necesario insistir en
los problemas del hijo y la enfermedad de la esposa si, al final, esos temas quedan
en pausa, porque su papel se limita a la relación con Teresa). Con todo, Marian
Izaguirre es una escritora que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo, y el
resultado es siempre una buena historia.
Cita
inicial en cursiva de las páginas 159-160.
Fotografías
encontradas en el Facebook de la autora.
Este no lo he leído aún, pero caerá, que me gustó esta autora con su anterior novela. Aunque sí, a veces peca de exceso de dramatismo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Si te gustó el anterior, este te gustará también. Sigue en su línea.
EliminarDisfruto mucho todas la obras de esta autora. A mi esta en concreto me encantó. Especialmente el hilo del pasado.
ResponderEliminarUn beso ,)
Me alegra que te haya gustado :).
EliminarNo he leido esta novela, pero tu comentario es ciertamente magistral. Me gustaria que algun dia comentaras algun libro de Jose Maria Latorre. Por ejemplo, El Silencio o La noche transfigurada. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por la recomendación, la verdad es que no lo conocía. No soy muy de terror, pero este año estoy leyendo bastante novela gótica (aunque en el blog no se note), así que le echaré un vistazo.
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