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19 marzo 2017

El bosque infinito - Annie Proulx



Edición: Tusquets, 2016 (trad. Carlos Milla Soler)
Páginas: 848
ISBN: 9788490663370
Precio: 23,90 € (e-book: 12,99 €)
Leído en versión original (Barkskins).

«El mal que hacen los hombres les sobrevive»
William Shakespeare, Julio César (1599)
Al pensar en «gran novela americana» (en el concepto que crítica y editoriales proyectan, al menos), lo primero que me viene a la mente es la historia de una familia disfuncional, blanca y de clase media, encuadrada en el género realista, que a menudo narra las peripecias de varias generaciones y tiene una extensión superior a las quinientas páginas («grande» en múltiples sentidos, por lo tanto). Jonathan Franzen, por ejemplo. Sin embargo, basta indagar un poco para darse cuenta de cuán limitada es esta imagen de lo que se entiende por «gran novela americana»: en su intento de representar las tensiones de la sociedad contemporánea, comete el error de pensarla en su sentido hegemónico, es decir, muestra tan solo la realidad de la clase dominante durante un periodo de esplendor económico. En la microhistoria de esta hipotética gran novela, las minorías de todo tipo ocupan un rol como mucho secundario; en la macrohistoria, los años anteriores a la dimensión de superpotencia se ignoran. Más bien se trata, en suma, de la gran novela americana de algunos. De los de siempre.
Por suerte, tiene su contrapunto: El bosque infinito (2016), la última obra de la prestigiosa escritora Annie Proulx (Norwich, Connecticut, 1935), galardonada con los premios Pulitzer y National por su segunda novela, Atando cabos (1993), y con el PEN/Faulkner por la primera, Postales (1992), entre otros reconocimientos. Es, además, autora de una vasta producción de relatos, reunidos en castellano en Wyoming (2009); uno de ellos, «Brokeback Mountain», se hizo muy popular tras la adaptación al cine de Ang Lee en 2005. Su nombre suena desde hace años en las quinielas del Nobel de Literatura, aunque su mayor mérito, más allá de cualquier honor, es una trayectoria sólida, coherente, personal y comprometida. Proulx, que vive en un entorno rural, conoce de primera mano la vida en la naturaleza, y en su obra explora las tensiones propias de la gente criada en estas zonas, la brutalidad y los tabús, pero también su fuerza de trabajo y su honradez. Hay literatura más allá de la civilización urbana, más allá de las ciudades, más allá del hombre blanco con traje. Y es, qué duda cabe, gran literatura.
En El bosque infinito su ambición aún va más allá: la novela está concebida como una gran saga (voy a gastar la palabra «gran», pero es que aquí nada es pequeño) sobre la fundación de Norteamérica y los abusos cometidos sobre la población nativa y los bosques, que abarca desde la llegada de los colonos europeos, a finales del siglo XVII, hasta nuestros días. Está estructurada en diez partes, que a su manera son como diez novelas breves: con cada nueva generación, cada nueva etapa, los protagonistas cambian. El libro muestra, por un lado, la macrohistoria de los grandes procesos que transformaron la sociedad a lo largo de casi cuatro siglos; y, al mismo tiempo, la microhistoria de cada grupo de personajes, que plantean las tensiones propias de su época. En cierto modo, con cada parte comienza otra historia, aunque aun así no se pierde de vista la perspectiva global del conjunto, porque las decisiones de una generación (en particular, sus secretos) repercuten en las siguientes. Proulx ha tenido el acierto de vertebrar este planteamiento en torno a dos linajes, los Duquet (luego Duke) y los Sel, descendientes de colonos franceses que llegan al actual Canadá para trabajar como leñadores, pero corren suertes distintas: los Duquet se convierten en hombres de negocios, mientras que los Sel se cruzan con los indios y continúan en los bosques.
A pesar lo maniqueo que puede parecer este planteamiento, la autora se ocupa de que las dos familias tengan sus sombras, sus controversias, tremendamente jugosas. En lo que respecta a los Duquet, los empresarios, su dinastía perdura y se diversifica a lo largo de los siglos, adaptándose a las tendencias de cada época. Encarnan la imagen del éxito, de la ideología dominante; pero al mismo tiempo representan la hipocresía propia de su clase, que se materializa en el personaje de una mujer mestiza, hija ilegítima de un miembro del clan con una india. Esta mujer, nacida a mediados del siglo XVIII, experimenta un profundo desarraigo: ha sido educada como una blanca, pero sus rasgos le cierran puertas entre los de su cultura, por lo que decide marcharse al bosque, con la gente de su madre. Se da la paradoja, además, de que en la familia Duquet también hay hijos adoptados: en una época en la que el sometimiento de los indios aún se justifica por una supuesta inferioridad biológica, los hechos ponen de manifiesto que entre los indios corre la sangre de los hombres de negocios, mientras que estos crían y colocan en sus empresas a descendientes no biológicos. Proulx pone el dedo en la llaga, mira de frente los temas silenciados, tanto en el conflicto étnico como en las desigualdades de género (hay personajes de mujeres rompedoras en ambas familias) y los tabús de la identidad sexual (homosexualidad y transexualidad), sin olvidar una reivindicación ecologista por el exterminio de las zonas forestales.
Annie Proulx
A propósito del concepto de gran novela americana, El bosque infinito es algo así como la gran novela americana sobre la dominación del hombre blanco en toda Norteamérica. Proulx ha tardado diez años en escribirla: esta obra de múltiples capas, entre la historia colectiva y la acción individual, supone la culminación de sus preocupaciones estrella, la culminación de su estilo incisivo, de su representación brutal y desgarradora del ser humano. Ha construido una trama dinámica, llena de aventuras, enredos y revelaciones (traiciones, venganzas, hijos ilegítimos…) que por su extravagancia en ocasiones rozan el realismo mágico. A la vez, el largo alcance de la estructura en forma de saga muestra la evolución histórica y social, desde la llegada de los colonos franceses hasta nuestros días, con el reconocimiento de ciertos derechos (una escena muy simbólica: mediado el siglo XX, una mujer india, descendiente de curanderas, se convierte en médico). No obstante, su mensaje no es tanto una celebración de lo conseguido como una dura crítica a los daños irreparables. Porque, aunque la situación haya cambiado, no se puede olvidar, no se puede ignorar esta parte de la historia. En suma, una novela que redefine la identidad norteamericana teniendo en cuenta a los grandes olvidados, una novela que remueve la conciencia mientras hace disfrutar con las peripecias de dos familias.

22 enero 2016

El corazón de las tinieblas - Joseph Conrad



Edición: Literatura Random House, 2015 (trad. Miguel Temprano García)
Páginas: 224
ISBN: 9788439730125
Precio: 22,90 €
Hay muchas más ediciones y formatos disponibles; anoto los datos de esta por ser la más reciente. Yo lo he leído en una edición antigua de Orbis, con traducción de Sergio Pitol.
***
El corazón de las tinieblas (1899), la nouvelle magistral de Joseph Conrad (1857-1924), es un clásico indiscutible de la llamada literatura sobre el mar, un relato desasosegante, intenso y filosófico sobre un viaje por el río Congo, que destaca por ser una de las obras más interesantes para descubrir el punto de vista de los europeos que conocieron en primera persona las consecuencias devastadoras del imperialismo de finales del siglo XIX. Conrad, nacido en Polonia, se trasladó a Inglaterra y adoptó el inglés como lengua literaria, aunque nunca llegó a asimilar por completo la cultura autóctona, lo que tal vez reforzó en él una actitud crítica hacia las costumbres e ideas de este país. Al igual que el protagonista de este libro, Conrad trabajó un tiempo como marinero en la colonia del Congo, empleado por una compañía británica, por lo que este texto, a pesar de estar construido en forma de ficción, tiene un trasfondo real, inspirado por la toma de contacto del autor con las acciones que el imperio estaba llevando a cabo en África.
La historia de El corazón de las tinieblas comienza y termina en la cubierta de un barco, donde Marlow, uno de los marineros, toma la palabra para contar en primera persona la aventura que vivió cuando era más joven y, con la ilusión de un ingenuo, emprendió un viaje al Congo gracias al encargo de una compañía británica dedicada al comercio de marfil. La compañía le había encomendado una misión particular: encontrar a Kurtz, un responsable de la explotación, e instarlo a regresar. Poco a poco, a través de las charlas con los trabajadores, el narrador averiguará que Kurtz no es un empleado cualquiera, sino el mejor: ha conseguido un gran éxito con la explotación, pero no quiere compartir su secreto con nadie. Se mantiene distante, alejado del resto. A medida que avanza el viaje por el río, Marlow se percata del misticismo que envuelve la figura de Kurtz: un personaje enigmático, turbio, que solo aparecerá al final y apenas si pronunciará un par de frases, aunque no necesita más para convertirse en uno de los actores secundarios más memorables de la historia de la literatura.
El personaje de Kurtz es, en efecto, uno de los logros más importantes de esta nouvelle, y no únicamente por sí mismo, por su intervención, sino por todo lo que se vertebra a su alrededor desde el principio. El narrador escucha lo que le cuentan otros empleados, de modo que el lector conoce a Kurtz, el gran Kurtz, al mismo ritmo que Marlow, es decir, a través de lo que se dice, lo que se rumorea, sin un conocimiento frente a frente con el hombre en cuestión. De este modo se crea un misterio, una intriga, que da rienda suelta al autor para jugar con la ambigüedad. Después, cuando al fin entra en escena, llegan los interrogantes: ¿será verdad lo que se cuenta?, ¿qué oculta Kurtz?, ¿por qué ahora dice lo que dice? Se intuye, se sospecha, que Kurtz ha cometido atrocidades, pero nunca se desvelan, lo que no hace más que aumentar la desconfianza, la incertidumbre en torno a él. Al final, el personaje se erige en un símbolo de la doble cara del imperialismo: la imagen triunfante, que se promovía en Europa, frente a la imagen pervertida, correspondiente a la realidad del Congo.
El corazón de las tinieblas, como se suele decir, lleva a cabo una bajada a los infiernos, un viaje iniciático marcado por una degradación progresiva, una degradación del entorno, pero sobre todo de las personas, de la mente; una metáfora del horror de las colonias. Marlow encarna a un joven inglés cualquiera, soñador e inexperto, que cree a ciegas en el proyecto imperialista y se marcha al Congo atraído por los relatos de aventuras de los marineros que han hecho fortuna. En un principio, no se muestra crítico con nada de lo que ve a su alrededor (los abusos a los esclavos, básicamente), pero, a medida que se adentra en el río, en un territorio desconocido para él, percibe que sus expectativas no se corresponden con la realidad y experimenta una transformación profunda. No se trata solo de un cambio de ideas: hay algo más, una sensación de que todo se pudre a su alrededor, incluido él mismo. Estas «tinieblas» se intuyen desde antes de abandonar su país, cuando el médico lo examina y le pregunta si en su familia hay casos de locura. La travesía está envuelta por un pesimismo creciente, una turbiedad sin estridencias, discreta pero presente, como esos espacios en los que todo está corrompido y no queda esperanza aunque nadie se atreva a decirlo en voz alta.
Más allá de esta dimensión existencial, el libro tiene a su vez una vertiente de crónica, la crónica de un viajero en un país desconocido para sus coetáneos, que se materializa en las largas descripciones del lugar y, sobre todo, en la mirada racista hacia el otro, que hay que interpretar como el pensamiento imperialista promovido en la Inglaterra de la época. Marlow describe a los nativos del Congo con términos como «salvajes», «caníbales» o «indígenas»; se asombra cuando no reaccionan con la violencia que esperaba de ellos; dice de uno que es un «espécimen mejorado» porque ha aprendido hábitos occidentales. Esta narración etnocentrista, con todo lo repulsiva que resulta para el lector de hoy, está justificada porque, además de reflejar las ideas de la época, da pie a una evolución en el narrador, que, en la recta final, después de la muerte de un esclavo al que había cogido cariño, cuestiona el discurso oficial de la superioridad del hombre blanco y la civilización occidental. Nunca abandona del todo el racismo, que pasa del desprecio evidente a la condescendencia y la lástima, pero detecta los abusos que se están cometiendo y las mentiras que se difunden en Europa. En este sentido, Conrad señala sin ambages la atrocidad del colonialismo.
Con todo, algunos autores postcoloniales le han reprochado que, aun mostrándose crítico con el imperialismo, su aportación resulta insuficiente como denuncia porque en ningún momento da voz a los principales afectados, es decir, no expresa la opinión de los africanos. Incluso cuando Marlow comienza a reconocer que no son los «salvajes» que el discurso europeo argumenta para justificar la dominación, el único punto de vista que se plantea es el suyo, el del hombre occidental que abre los ojos y hace autocrítica, pero que sigue sin escuchar al otro. Los personajes de los esclavos se construyen con estereotipos; son planos, ramplones. Ocurre algo parecido con las escasas mujeres que aparecen, como la novia de Kurtz, que en cierto modo encarnan al «otro» de la sociedad patriarcal de Occidente: se presentan como personajes ajenos a la barbarie, frágiles y delicados, a los que hay que proteger y tratar con caballerosidad, una caballerosidad que, aunque no vaya acompañada de abusos, no está tan lejos de la condescendencia hacia el esclavo.
Joseph Conrad
En cualquier caso, esta lectura en clave antropológica, si bien resulta necesaria desde la perspectiva actual, no anula en absoluto las muchas virtudes de esta magnífica novela. Por una parte, El corazón de las tinieblas es un apasionante acercamiento a uno de los episodios más crueles de la historia, que muestra el lado más sombrío, por dentro y por fuera, del ser humano; pero, aún más interesante que esto, es una fábula sobre cómo las acciones degradantes hacia los demás acaban degradando también, y por encima de todo, a quien las comete. Un relato sugerente, a ratos asfixiante y estremecedor, que absorbe al lector desde la primera página igual que las tinieblas absorben al narrador sin que él se dé apenas cuenta, y culmina en un desenlace deslumbrante que obliga a seguir pensando en él después de cerrar las tapas. Imprescindible.

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