Edición:
Lumen, 2016
Páginas:
264
ISBN:
9788426403315
Precio:
19,90 € (e-book: 8,99 €)
«Dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar».
Esta, la última frase de Piel de lobo
(2016), segunda novela de Lara Moreno (Sevilla, 1978), podría ser también su
síntesis. En esta obra hay muchas puertas que da miedo cruzar: puertas
materiales, de hogares que han dejado de serlo, de lugares desconocidos de los
que no se sale indemne; y, sobre todo, puertas simbólicas, preguntas sin
formular, gritos silenciados, afecto contenido. La (acertadísima) fotografía de la
cubierta muestra a dos niñas enlazadas por el cabello. Están unidas de forma
íntima, pero al mismo tiempo la imagen resulta repulsiva, antinatural. Si una
se aparta, la otra sentirá dolor. Solo pueden permanecer juntas, por mucho que
las incomode, o destrenzar el pelo, separarse. Se tapan los ojos, no quieren mirar. O quizá tan solo están jugando. Las protagonistas del libro también
compartieron juegos, aunque ya han dejado atrás la infancia: Sofía y Rita, dos hermanas treintañeras, se
reencuentran tras la muerte del padre. La casa vacía, la casa donde antaño
fueron niñas, recibe a dos mujeres adultas, heridas, que se enfrentan a lo que
han callado. Los secretos. Y lo que las une.
Como su primera novela, Por si se va la luz (2013), que fue situada por la crítica en la
corriente neorruralista de la literatura española reciente, Piel de lobo comienza con una huida, un traslado de la ciudad al pueblo. Y,
también como en Por si se va la luz,
la protagonista se lleva libros en la maleta, lecturas que dialogan con los
interrogantes que se hace en estos momentos. En esta ocasión, no obstante, no
parte de un planteamiento distópico, sino que se inscribe en el realismo para
narrar la búsqueda existencial de Sofía, que decide regresar a su localidad
después de dos acontecimientos determinantes: la pérdida del padre, que deja la
casa vacía, y la ruptura con su pareja,
que la impulsa a empezar de cero. Lo primero representa el final de la infancia;
lo segundo, el final de la vida conyugal. Sofía entra en una nueva etapa, que
no ha buscado sino que le ha llegado de repente. Desamparo,
malestar, inseguridad. Carece de empleo estable; se dedica a coser
prendas de alta costura, que luego intenta colocar en tiendas. Además, es madre de un niño de cinco años, al que se
lleva al pueblo. A pesar de que
su ex le asegura una separación amistosa, en la que no le faltará de nada, Sofía
se enfrenta al reto de encontrar su lugar, de ser ella quien tome las riendas.
De
forma paralela al desarrollo de la relación entre las hermanas, el libro aborda
la cuestión del anclaje, del espacio (físico y simbólico) en el que echar
raíces. Algunas escenas dejan entrever la dependencia de Sofía de los demás a
través de su forma de dormir: de niña, se metía en la cama de sus padres, al
lado de la madre; ahora, tras el distanciamiento de su compañero, se duerme con
su hijo. Cuando, ya con su vida del revés, toma pastillas para conciliar el
sueño, adopta una postura extraña, reflejo del descontrol, de su falta de quietud
en esos momentos. El antiguo hogar de la infancia se presenta para Sofía como
la posibilidad de un nuevo comienzo. El lugar donde cultivar un jardín, como
decía Voltaire. No es, sin embargo, un proyecto fácil: la casa del padre, sin
él, emerge como un espacio sórdido, poco
apacible; las hormigas que invaden el hogar encarnan ese abandono. Esta
tosquedad, unida al ambiente del pueblo (el alboroto de las fiestas, los bares,
los trabajadores), choca con lo que ha sido la vida de Sofía en los últimos
años, más urbanita, refinada. Sofía, de hecho, está obsesionada con la comida
ecológica (una preocupación «moderna», podría decirse), y su llegada al pueblo
conlleva asimismo una relajación de las costumbres, en todos los sentidos, que
genera más de un quebradero de cabeza. Este periodo caótico, confuso, que va de
la ruptura al asentamiento, es lo que narra Piel de lobo.
Y,
por supuesto, en la casa del sur está su hermana, Rita. La pequeña, aunque
Sofía tiene la sensación de que Rita siempre ha sido más avispada que ella, más
pícara, que ha sabido controlar mejor las situaciones. Sofía, en cambio, teme
las consecuencias de romper las normas, aunque en los últimos años también ha
cruzado algunas barreras. Y Rita, pese a no parecerlo, tiene su lado frágil. En
el fondo, no están tan lejos la una de la otra; solo necesitan abrir esas puertas y
atreverse a entrar. La novela alterna la narración del presente con algunos
recuerdos de Sofía, que reconstruyen la
infancia de las hermanas y hacen una panorámica de las tensiones que las
han acompañado a lo largo de los años. Pocos recuerdos, pero suficientes para
entrever su carácter y sus heridas. Ahora, cuando son adultas, ya no tienen a
los padres para mediar entre ellas, están frente a frente, con todo en sus
manos. Su relación se mueve entre la total complicidad (la hermana como la
única persona a quien puede hablar de ciertos temas) y la desconfianza, porque
cada una atraviesa su crisis particular, no lo comparte todo. Como las niñas
enlazadas por la trenza, están unidas, sí, pero con el matiz repulsivo del vínculo
demasiado estrecho.
![]() |
Lara Moreno |
En
la consecución de esta atmósfera entre turbulenta y tediosa tiene mucho que ver
el estilo de Lara Moreno: una escritura
árida, cruda, poética, de oraciones largas y ramificadas, rica en metáforas y
enumeraciones. Más que «atrapar» por su historia, envuelve por su cadencia,
sus aceleraciones, su intensidad variable. La prosa se funde a la perfección con el
contenido. Abundan las referencias al cuerpo y sus fluidos, sin tabús; una voz
impúdica como la de Por si se va la luz,
en la que la tensión va de menos a más y culmina en unas últimas páginas
estremecedoras. Destaca su habilidad para introducir las voces de los
personajes en el cuerpo del párrafo sin utilizar nunca diálogos, bien a través
del monólogo interior, bien con la transcripción de las palabras esenciales de
una conversación. La narración fluye con naturalidad y sin excesos a pesar de
los riesgos que supone el lirismo en una novela. También trabaja de maravilla
las elisiones, de hechos y de partes de una charla. Es una narradora sutil, sensitiva,
pulcra. El resultado es una obra hipnótica… tanto o más que Por si se va la luz. Difícil no caer en sus
redes.