Edición:
Lumen, 2015 (trad. Nieves López Burell; prólogo de Edgardo Dobry)
Páginas:
177-390
ISBN:
9788426403193
Precio:
25,90 €
Esta novela se puede encontrar en el
volumen Crónicas del desamor.
¡Era todo tan casual! De jovencita me había enamorado de Mario, pero habría podido enamorarme de cualquier otro; solo se trata de un cuerpo al que terminamos por atribuir algún significado. Cuando llevas con él un largo período de vida, acabas pensando que es el único hombre con el que puedes sentirte bien, le atribuyes quién sabe qué virtudes decisivas, y sin embargo es solo un gaznate que emite sonidos engañosos; no sabes quién es realmente, no lo sabe ni él. Somos ocasiones. Consumimos y perdemos nuestra vida solo porque hace mucho tiempo un tipo con ganas de descargarnos dentro su pene fue amable y nos eligió entre todas las mujeres. Tomamos por cortesías dirigidas solo a nosotras el banal deseo de follar. Nos gustan sus ganas de follar, estamos tan obcecadas con él que creemos que son ganas de follar precisamente con nosotras, solo con nosotras. Oh, sí, él, que es tan especial y que nos ha reconocido como especiales. Les damos un nombre a esas ganas de coño, las personalizamos, las llamamos «mi amor». ¡Al diablo con todo, menudo engaño, menudo estímulo infundado! Igual que una vez folló conmigo, ahora folla con otra, ¿qué pretendo? El tiempo pasa, una se va, otra viene.*
«Un
mediodía de abril, justo después de comer, mi marido me anunció que quería
dejarme». Con estas palabras empieza Los
días del abandono (2002), la segunda novela de la misteriosa Elena Ferrante
(Nápoles, 1943), publicada diez años después de su debut, El amor molesto (1992). Unas palabras en las que, como es habitual
en la autora, una revelación trascendental se funde con una acción tan cotidiana
como comer —en La niña perdida (2014),
a propósito, observa: «Ocurría
con frecuencia que la cotidianidad irrumpía como una bofetada, convirtiendo en
irrelevante, cuando no ridículo, todo fantaseo tortuoso.»
(p. 265)—. Habla en pasado, porque todo eso ya ocurrió; sus obras siempre
reconstruyen la historia tomando como referencia el acontecimiento anunciado en
la primera frase, sea una muerte, una desaparición o una ruptura. En esta ocasión,
el relato, de nuevo narrado por una voz femenina, va del abandono, pero no
exactamente del abandono del marido a la esposa, sino del abandono de la mujer hacia sí misma (y a los que dependen de ella)
por su incapacidad para asimilar que él la ha dejado por otra.
Antes
he dicho que no hay un retorno a Nápoles; sin embargo, no es del todo cierto.
No hay un viaje como tal, pero la transformación de Olga tiene mucho que ver
con el resurgir del origen embrutecido,
un origen que se ha esforzado mucho en disciplinar. Nápoles es una ciudad singular,
como bien retrata Anna Maria Ortese en El mar no baña Nápoles (1953). En ella se funden los instintos primarios con los
sueños de progreso, la mecanización de la razón con la fuerte presencia del
catolicismo. Olga se crió en una ciudad empobrecida por la posguerra, entre tosquedad,
gritos y dialecto, entre violencia física y verbal. Su salida supuso más que un
cambio de hábitat: estudió, perfeccionó el italiano normativo, corrigió sus
formas, se estableció en una ciudad urbanita. El traslado del barrio napolitano
a otra ciudad, para la autora, es comparable al ascenso de clase social, solo
que ese «ascenso» nunca culmina porque la protagonista no suelta la mochila de
Nápoles. Y eso es lo que ocurre aquí: resurge la «frantumaglia», un término que
se refiere a la tensión entre la mujer moderna que aspira a ser y los residuos de
la mujer tradicional que resiste.
Cuando Olga comienza a degenerar, vuelven a ella el vocabulario grosero, las
malas formas —véase el fragmento citado arriba—. Incluso descuida su higiene y
su imagen; la máxima expresión de degradación para ella. Se obsesiona con el
recuerdo de una mujer del barrio que enloqueció por una situación parecida
(como Melina, la viuda loca de La amiga estupenda). Teme parecerse a ella; Olga quiere ser la mujer fuerte que su época
le exige («Tú eres de hoy, agárrate al presente, no vuelvas atrás, no te
pierdas, mantente firme», p. 236).
Por
su exploración del malestar de una mujer con respecto a su relación, la novela
entronca con La mujer rota (1968), de
Simone de Beauvoir, que se cita en la novela (la afinidad de la autora por la
filósofa francesa es más que notable en todos sus libros, que tienen una marcada
perspectiva de género), y con Y eso fue lo que pasó (1947), de Natalia Ginzburg. En esta última, la protagonista sufre
asimismo por una infidelidad, pero sobre todo por la insatisfacción que le
produce descubrir que su matrimonio no fue nunca lo que ella esperaba. Como
Olga, se tortura a sí misma, se transforman su forma de hablar y de actuar.
Además, tanto Natalia Ginzburg como Elena Ferrante utilizan la enfermedad del hijo como punto de
inflexión: de entrada, es un conflicto que aumenta su estrés, pero a la
larga libera su sentimiento de pérdida del amado porque las obliga a centrarse
en otro asunto; hacen el «clic» mental para salir adelante. Eso sí, la segunda,
aun con toda su turbulencia, cierra la historia de una forma más esperanzadora,
quizá porque, a pesar de las tensiones del rol contemporáneo de las mujeres que
tanto denuncia (esposa, madre, amante, profesional, ama de
casa), su horizonte está más despejado que el de la mujer abnegada de posguerra
que conoció Natalia Ginzburg.
Como
El amor molesto (y como La hija oscura, que reseñaré en los
próximos días), Los días del abandono
adelanta muchos temas fundamentales de su obra maestra, y lo hace con un estilo
más concentrado y sutil, necesario por las condiciones de la novela breve. La
voz de la protagonista suena como la de Lenù, pero tiene una evolución en la
que se funden tanto la aparente corrección de Lenù como la perversidad de su
amiga Lila. La sordidez está más acentuada aquí que en la saga, como
consecuencia de abarcar solo la degeneración de una mujer en un momento preciso
(y no toda la vida de un barrio a lo largo de las décadas), con la impudicia
que eso implica en la trama y en el estilo. Se trata, en cualquier caso, de un
libro brillante que no debe ser considerado «menor» con respecto a Dos amigas. El poso que deja nos advierte
que el amor puede convertirse en una
fuerza irascible, no solo por los hombres que abusan, sino por la
autodestrucción de las mujeres que han puesto todas sus esperanzas en una
relación fallida.
*Fragmento de la página 255.
Fotogramas
de la adaptación al cine de la novela, dirigida por Roberto Faenza (2005).
Magnífica reseña. Elena Ferrante no deja indiferente, la primera novela de la Saga dos amigas ha ido absorbiéndome poco a poco y me ha ido gustando más a medida que más pensaba en ella. Un saludo!
ResponderEliminarAsí ocurre con Ferrante: te va absorbiendo poco a poco hasta que caes en sus redes casi sin darte cuenta. Es maravillosa.
EliminarLa parte del perro me dejó a mi muy ansiosa, sin duda es una buena novela.
ResponderEliminarSí, la angustia se me metió dentro... y a la vez hacía que no pudiera parar de leer.
EliminarMe encantó la Saga! Con tu reseña acabas de convencerme...a la lista!
ResponderEliminarEntonces también te encantarán las tres novelas de "Crónicas del desamor". Son espléndidas, Elena Ferrante en estado puro.
EliminarPor ahora no creo que lea los libros de esta autora pero nunca se sabe si mas adelante entraran en mis planes de lectura.
ResponderEliminarSaludos
Yo te animo a probar, aunque de entrada no sean tu tipo de libro. Su saga ha conectado con lectores muy diferentes.
Eliminar¡Hola! ¿Cómo estás? Quería comentarte que me encantó tu reseña, muy completa, generando ganas de leer el libro pero sin contar tanto sobre la trama. Te cuento que estoy leyendo Las deudas del cuerpo y me tiene muy atrapada, me encanta cómo escribe Elena Ferrante y ya estoy buscando con qué seguir cuando termine la saga Dos amigas. Te mando un beso grande y te felicito por tu blog. Si querés pasar por el mío, te invito :-) ¡Un beso grande!
ResponderEliminarMuchas gracias y bienvenida por aquí :). Me alegro de conocer a otra seguidora de Elena Ferrante.
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