Edición:
Gatopardo, 2017 (trad. Patricia Antón)
Páginas:
344
ISBN:
9788494510069
Precio:
20,95 € (e-book: 9,99 €)
Este
momento tenía que llegar. El momento de convertirme en una lectora
incondicional de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938), sin duda una de las grandes escritoras de nuestro tiempo, y una de las más
prolíficas. Entre su inabarcable producción se cuentan novelas extensas como Qué fue de los Mulvaney (1996), Blonde (2000), La hija del sepulturero (2007) y Hermana mía, mi amor (2008), libros de relatos como Infiel (2001) y Mágico, sombrío, impenetrable (2014), obras de no ficción como Del boxeo (1987) y Memorias de una viuda (2011), además de poesía, teatro y literatura
infantil. Ha escrito de todo, ha escrito mucho, y quienes la han leído en
profundidad aseguran que su nivel medio roza la excelencia. Dame tu corazón (2011) es una colección de diez cuentos que la
editorial Gatopardo, que en su aún corta andadura también está poniendo el
listón muy alto, ha publicado este año en castellano.
Antes
de entrar en materia, una aproximación al título: a primera vista, un
tópico romántico mil veces repetido en la cultura popular (el enamorado que lo
entrega todo, que no teme dar, que considera positiva la devoción absoluta). Sin embargo, esta frase tiene un matiz perverso: enuncia una orden,
con connotaciones de autoridad y desesperación por poseer al amado. Denota
asimismo un punto tétrico en su significado más literal: querer un órgano,
arrancarlo del cuerpo del otro, vísceras, humores, desgarro. La imagen elegida
para la cubierta, un fragmento de La
muerte de Sardanápalo (1827), de Eugène Delacroix, muestra una
escena trágica, con un llamativo tono rojo, el color del amor y de la sangre. Ese
Dame tu corazón, por lo tanto, resulta
más terrorífico que sentimental. Porque, a menudo, la realidad apacible a
nuestros ojos tiene un lado oscuro, recóndito, y de ese lado oscuro se ocupa
Oates.
El
tema central de estos diez relatos es la
violencia, una de las grandes preocupaciones de la autora. Una violencia
que no va (solo) de puñetazos, sino que está integrada en las relaciones de poder de
forma sutil, en pautas de comportamiento como celos, obsesiones o
abusos. Se fija en los impulsos que la sociedad trata de
reprimir, pero que en ocasiones salen a la luz de forma patológica. No necesita
inventar monstruos para crear suspense; le basta observar con atención el
entorno, con toda su violencia institucional contenida. Oates cultiva un
realismo psicológico de tintes lúgubres; sus narraciones son electrizantes,
inquietantes, despiadadas e intensas. Es, al mismo tiempo, una narradora
versátil, por cuanto se adapta a cada cuento, si bien todos tienen en común el
estilo fluido, ágil y visual, con abundantes descripciones del físico (para recalcar
la repulsión del cuerpo o su decrepitud, como en «El torrente») y metáforas muy
expresivas con animales feroces, acorde con la brutalidad reinante en la trama.
No es conveniente leerlos antes de acostarse, no porque den «miedo» (bah), sino
porque son como una descarga eléctrica (y a ver quién se duerme después).
El
primer cuento, «Dame tu corazón», consiste en una carta que una mujer de
mediana edad dirige a su primer amor, a quien pide, décadas después, que cumpla
su promesa y le dé su corazón: «No he olvidado nada, doctor K, mientras que
tú, para condenación tuya, lo has olvidado prácticamente todo» (p. 22). El
hombre ha triunfado en su carrera y en la vida familiar, pero ella desvela su
cara oculta. La voz de la mujer (Oates es fantástica en la creación de voces)
rezuma sed de venganza, que se
manifiesta en el control y la persecución del otro. Emplea exclamaciones, busca un tono histérico, exaltado, como de perturbada.
Este relato utiliza una pauta que se repite en otros: la inversión del rol víctima-verdugo, es decir, la víctima inicial
canaliza la rabia hasta erigirse en una figura implacable que ya no inspira
compasión. Aunque su odio pueda estar fundamentado, la mujer solo suscita rechazo, por encarnar a una
trastornada capaz de hacer cualquier cosa para aplicar el ojo por ojo.
Este
intercambio de papeles se repite, de diferentes
maneras, en otros relatos, como el perspicaz «Strip poker», sobre las
vacaciones de una chica de catorce años: «Así es el lago de Wolf’s Head en
agosto, éstas son las locuras de las que oyes hablar cuando vuelves al colegio,
desando haber podido formar parte de ellas. Pues ahora formo parte.» (p. 101).
La atracción por esas locuras, sin embargo, la conduce a una iniciación en el juego erótico que le
trae problemas… hasta que les da la vuelta con un giro inteligente. Además de
la joven y el chico de turno, destaca el rol del padre, al que está muy unida,
un detalle que tendrá relevancia en el desenlace. En esta línea destaca asimismo
«En ninguna parte», sobre una adolescente de estrato social bajo, con el padre en la cárcel. Su condición de
hija de preso le causa malestar y acrecienta su antipatía hacia la madre; no
obstante, al final se celebra la comprensión entre madre e hija, en la que es
la resolución más reconfortante del libro («El corazón de Miriam dio un vuelco.
Ella quería muchísimo a esa mujer, y las dos estaban juntas, indefensas, como
dos nadadoras que se ahogaran abrazadas», p.282). Muchos relatos tienen una estructura triangular: de entrada
parecen centrarse en solo dos personajes (una pareja, dos familiares), pero hay
un tercero camuflado que a la larga se revela esencial.
Algunos ponen el dedo en la llaga con la cuestión de las infancias torturadas, como «Asfixia», la historia de una mujer
treintañera que no ha rehecho su vida desde que fuera testigo, de pequeña, del
asesinato de una niña. Problemas con las drogas, un deambular sin rumbo. Y una
posibilidad angustiosa: ¿y si este crimen solo existe en su mente, qué parte de
lo que vio corresponde al trastorno y qué parte a la realidad? La madre (hay
muchas madres en estos cuentos, muchas relaciones complicadas con los hijos)
también tendrá algo que decir («Hay un momento para el amor, y hay un momento
para repudiar ese amor», p. 133). «Sangría», por otro lado, es un cuento
asfixiante, en el contenido y en la forma (voz torrencial, para leer deprisa,
como sin respirar): un hombre intenta ayudar a una niña vejada, pero su buena
voluntad lo lleva a un particular descenso a los infiernos que termina con él
perjudicado; el terror más puro puede ser que te acusen de un delito que no has
cometido. Siguiendo con los niños, «Tétanos» aborda la delincuencia juvenil a partir de la charla entre un niño hispano de
familia desestructurada y un trabajador social. Muchacho problemático y
educador responsable, dos personajes contrapuestos, con el añadido de que el
segundo sufre en silencio su deseo de tener hijos («Cuando dos adultos que
viven juntos no consiguen tener niños, ellos mismos se convierten en niños de
por vida», p. 169).
Uno
de los mejores, y de los más extensos, es «El torrente», sobre esa gente del campo tosca y cruel, que
recuerda a algunos cuentos Flannery O’Connor y Alice Munro. Este relato,
situado a mediados del siglo XX, gira alrededor de la segunda mujer de un
propietario, que se incorpora a una familia numerosa en la que ella debe
encargarse de todo, incluido un sobrino veinteañero con trastornos mentales. El
hecho de abarcar un periodo más largo de tiempo permite seguir la progresiva
degradación de la mujer, cómo la candidez inicial se evapora entre estos
individuos huraños, cómo se dedica a los demás en detrimento de sí misma, cómo
va quedando atrapada en una rutina, en definitiva, opresiva («Lizabeta lo
amaba, y lo temía. Una no amaba a un hombre si no le inspiraba temor, aunque sí
podía temer a un hombre —y a muchos— al que no amase.», p. 206). En estas
páginas sórdidas también será el personaje femenino quien abandone el rol
de víctima para solucionar el conflicto a su (salvaje) manera.
Hablando
de matrimonios, «El primer marido»
narra la transformación de un hombre desde que descubre unas fotos de su esposa
con su primer amor. Las imágenes de los dos jóvenes, rebosantes de sensualidad, lo
ciegan hasta el punto de creer que tal vez su mujer sigue pensando en su ex,
más atractivo, más activo sexualmente, más todo. El esposo tiene el orgullo
herido, la masculinidad herida, y él mismo destroza lo que ha construido con
ella por los celos enfermizos,
incontrolables. Con un estilo más torrencial, un largo párrafo del fluir de la
conciencia, «Cerebro / escindido» relata la cotidianeidad de una mujer madura
que acude todos los días a una clínica, donde está ingresado su marido. Parece
una mujer ejemplar, una mujer bondadosa y abnegada que inspira lástima. Y, sin
embargo, bajo esa aparente docilidad, al abrir la puerta se le pasan tantas
barbaridades por la cabeza… En apenas diez páginas la autora condensa las inquietudes, la desconfianza, todo aquello que
sucede en la mente pero no se ve en el cuerpo. O sí. Escalofriante y
contundente.
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Joyce Carol Oates |
No falta una aproximación a las
secuelas de la guerra, que pueden ser más inclementes que el conflicto en
sí: «Vena cava», que cierra el volumen, recrea el regreso a casa de un
veterano, que por supuesto arrastra un deterioro físico y mental que le impide
recuperar la normalidad («el cabo no había recorrido toda aquella distancia,
cruzando océanos y galaxias, con una placa de acero en el cráneo y un milagroso
bypass en el corazón, para que un
civil le dijera lo que tenía que hacer», pp. 336-337). Es otro relato de
degradación, la caída de un hombre que depende de los demás y piensa
continuamente en la escopeta que hay en casa. Y la usará, pero no como
esperaba. Con este texto, Oates culmina un libro de relatos espléndido, que, aun manteniendo el nexo común del suspense y la violencia, resulta
dinámico y variado en forma y fondo. Parejas tóxicas, la hostilidad de lo
rural, infancias mancilladas, transgresiones. Relatos narrativos, con sus
escenas y su diálogo; otros más experimentales, impetuosos. Se
desenvuelve bien en todos los registros, y en todos nos obliga a mirar la cara
más incómoda de la realidad. Sí, Oates es una escritora «incómoda»… pero
terriblemente subyugante, lúcida y adictiva.