Edición: Salamandra, 2012
Páginas: 352
ISBN: 9788498384796
Precio: 19 € (e-book: 11,99 €)
Pusiste más interés en la
salud de esa planta del que me has dedicado a mí en años, me espetó. Me quedé
sin palabras. Él sorbió por la nariz y se enjugó el rostro con la mano. No
recuerdo la última vez que me preguntaste mi opinión sobre algo, sobre algo que
te importara. Instintivamente, hice ademán de acercarme a él, pero se apartó.
Vives perdida en tu propio mundo, Nadia, y en las cosas que pasan en él, y has
cerrado todas las puertas. A veces te miro mientras duermes. Me despierto y te
miro y me siento más cercano a ti cuando estás así, desprotegida, que si estás
despierta. Despierta eres como alguien que tiene los ojos cerrados y está
viendo una película que se proyecta dentro de sus párpados. Ya no puedo
acercarme a ti. Hubo un tiempo en que sí podía, pero ya no, hace mucho que no.
Y tú no pareces tener el menor interés por acercarte a mí. Me siento más solo
contigo que con cualquier otra persona, más incluso que cuando voy solo por la
calle. ¿Te imaginas lo que es eso? Pág. 52.
Muchas reseñas
de La Gran Casa (2010) empiezan con
una referencia a La historia del amor
(2005), la segunda novela de Nicole Krauss (Nueva York, 1974), con la que
obtuvo un gran éxito y se consolidó en el panorama internacional, con
traducciones a más de treinta y cinco idiomas. «¿Está La Gran Casa a la altura de La
historia del amor?», se preguntan los lectores y los críticos. Yo admito
que no podré dar respuesta a esta pregunta, porque he descubierto a la autora
con su obra más reciente y aún no he leído su libro más aclamado, aunque de
todos modos pienso que la opinión de una lectora libre de ideas preconcebidas
también puede resultar interesante.
La Gran Casa contiene cuatro historias en una, narradas en primera persona por personajes
diferentes que en principio no parecen estar relacionados entre ellos. Cada
trama tiene dos fragmentos de entre treinta y sesenta página de extensión, aproximadamente,
por lo que son narraciones con entidad propia que se disfrutan incluso sin
saber cómo encajarán. Su nexo de unión es un gran escritorio, del que se
rumorea que podría haber pertenecido a Lorca, un imponente mueble que pasa de mano en mano y se convierte en el
símbolo de los cambios vitales más poderosos que experimentan sus dueños.
La que abre el telón es Nadia, una escritora neoyorquina que se dirige a un
juez («Señoría»), sin revelar por qué, y le cuenta que fue un joven poeta
chileno, más tarde víctima del régimen de Pinochet, quien le prestó el
escritorio en los años setenta. Su voz es la más culta y refinada, una voz rica en comentarios sobre literatura,
historia y otros temas culturales que hace repaso a toda su vida: el
fracaso de sus relaciones sentimentales, la muerte de su padre, sus inicios en
la escritura y, por supuesto, la razón por la que dejó de poseer el escritorio
y lo que le ocurrió a partir de entonces.
En la segunda
historia, Aaron, un anciano israelí, habla a su hijo, un hombre de mediana edad
al que ha estado más de veinte años sin ver. En realidad, nunca se entendieron:
el hijo siempre manifestó un carácter retraído, de joven quiso ser escritor,
mientras que el padre, de naturaleza más práctica y enérgica, no soportaba su
actitud. Ahora, tras la muerte de su esposa, Aaron observa a su hijo y sus
palabras fluyen como un río, un torrente lleno de fuerza y más coloquial que el
de los otros narradores que tiene como trasfondo el conflicto israelí-palestino. Por otra parte, el tercer hilo nos
traslada a Londres, donde un profesor universitario reconstruye la vida de su
mujer, Lotte, una escritora de origen alemán poco reconocida en los círculos
literarios que acaba de fallecer de alzhéimer. Su viudo ha descubierto que ella
le ocultó un secreto importante y quiere llegar hasta el final de ese asunto,
lo que lo lleva a reflexionar sobre si realmente llegó a conocerla. Utiliza un
tono serio y elegante, acorde con su profesión; y las raíces de Lotte permiten
tratar de pasada el tema del Holocausto,
motivo por el que abandonó su tierra.
La última trama
está narrada por Izzy, una norteamericana que hace unos años estudió en Oxford,
donde conoció a unos extraños hermanos israelíes: Yoav, con el que intimó, y
Leah, una chica poco corriente. De vez en cuando se marchaban para atender a un
encargo de su padre, un anticuario especializado en la recuperación de muebles
usurpados durante el nazismo, y un día desaparecieron definitivamente. Ahora
Izzy recibe una carta de Leah, que le pide que regrese junto a su hermano, ya
en Jerusalén. La perspectiva de Izzy se caracteriza por la ingenuidad de la
narradora, esa capacidad para sorprenderse de las situaciones que empieza a
vivir junto a los hermanos. Es la más joven de las cuatro voces del libro,
aunque es tan sutil y minuciosa como las demás, hasta el punto de caer en el
«efecto guía turística» cuando se mueve por la ciudad, un desliz sin
importancia.
Como se puede
comprobar, Krauss ha construido una
novela ambiciosa que abarca una gran variedad de puntos de vista, lugares, épocas y
ambientes. Este tipo de obras fragmentadas suelen correr el riesgo de
resultar pesadas por la necesidad de ensamblar las piezas para situar al
lector, pero en La Gran Casa esto no
es un problema, porque cada historia se desarrolla de forma independiente con
plenitud y el lector no siente la necesidad de buscar aquello que une a los
protagonistas; sencillamente, cuando llegue el momento lo reconocerá, y, no
solo eso, sino que dará sentido a algunos detalles que quizá pasó por alto
antes (la forma de encajar las piezas es fantástica). Entre los temas tratados,
la pérdida se impone (de una esposa,
de un amor, de la capacidad para seguir desempeñando una profesión), porque en
cierto modo La Gran Casa es una
muestra de cómo los seres humanos nos reinventamos, salimos adelante después de
una mala experiencia y recordamos con melancolía el pasado. La novela destila
naturalidad, la naturalidad de unas personas
que hablan de asuntos tan universales como las relaciones familiares, el
reencuentro con un viejo amigo o la decisión de tener hijos o no. Es
imposible resumir La Gran Casa en
pocas palabras; en ella hay historias dentro de historias, vidas con todos sus
matices que brillan gracias a la poderosa narración de Krauss.
La escritura
llega a un alto nivel de subjetivismo:
profundiza en la psicología de cada personaje; todo el protagonismo es para la
vida interior —a la que se refiere más de una vez—, los pensamientos, el
balance de pasado y presente; la acción externa ocupa un espacio secundario. La
propia autora ha dicho: «La tercera persona me parece artificial, quiero escaparme
para llegar a otro nivel de autenticidad», por eso en todas sus novelas escribe
en primera persona, y no hay duda de que consigue llegar a esa autenticidad
porque su capacidad para la introspección es extraordinaria. Demuestra mucha
habilidad para la observación y proporciona los datos necesarios para conocer
al narrador sin recurrir al convencional orden lineal mediante el empleo de la digresión, con la que enlaza unos temas
con otros y regresa al punto inicial sin cambios bruscos. Utiliza frases largas
y poéticas, que se recrean en los detalles, un estilo poco habitual en los
autores anglosajones —Krauss ha reconocido ser admiradora de diversos
escritores latinoamericanos y españoles, algunos de ellos mencionados en La Gran Casa.
Además, Krauss
destaca por plasmar una parte más intelectual: tiene predilección por los temas
literarios —aparecen varios personajes que escriben y se hacen abundantes
referencias a escritores— y socioculturales en general, como cuando trata con
tanta sutileza los temas históricos propios de los periodos en los que se
desarrolla la novela. Se mueve por terrenos que domina, puesto que, pese a ser
conocida por su faceta de novelista, en sus inicios se dedicó a la poesía (como
el poeta chileno ficticio) y ha estudiado literatura y artes. Los escenarios
elegidos también tienen mucho en común con los que han formado parte de su
existencia: nació en Nueva York (la ciudad de Nadia), cursó estudios de
posgrado en Oxford (como Izzy y los hermanos) y es de ascendencia judía (el
tema judío se trata tanto por el conflicto con los palestinos como en la huida
de la Alemania nazi). Es arriesgado buscar conexiones entre una novela y su
autor, pero no he podido evitar pensar que en La Gran Casa hay mucho de Krauss, como mínimo en las reflexiones
sobre literatura y escritura que se plantea la solitaria Nadia.
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Nicole Krauss |
Con todos estos
atributos, no es de extrañar que La Gran
Casa haya estado nominada a los
prestigiosos National Book Award y Orange Prize, ni que el nombre de Nicole
Krauss aparezca en las listas de mejores escritores anglosajones menores de
cuarenta años. En su caso, la brillantez y el reconocimiento van de la mano; y
yo, pese a no poder compararla (todavía) con La historia del amor, considero que La Gran Casa es una obra impresionante, una novela complicada en
su estructura y profunda en su introspección que me cautivó desde las primeras
páginas. Me hago el propósito de leer todo lo publicado por Krauss hasta ahora
y de seguirle la pista en el futuro, porque una autora como ella (tan
inteligente, tan sutil, tan estimulante) no se encuentra a menudo.